A la
chica del atuendo negro como mi café recién comprado, de largos dedos blancos y
mejillas rosadas; que me miró con displicencia y en sus ojos verdes explotaron
miles de estrellas.
En sus
ojos verdes también se explotó mi atmósfera,
y si fuese posible podría jurar que El Sol vestía su cabello, claro como un
amanecer, e igual de hermoso; como un campo de trigo florecido.
Su
timidez iluminaba su belleza, con torpes manos y cabeza baja, mas no me miraba
y no podía imitarla.
Así que
la vi, se movía con actitud, balanceando su trasero con delicadeza y sus largas
piernas tenían un plano aparte en mis ojos. Ella seguía sin mirarme, pero yo no
podía imitarla.
Así que
la seguí hasta que se detuvo, y puedo dar mi vida a que también se detuvo mi
corazón, y antes pensaba que no había nada más hermoso que un clavel,; fue
entonces cuando pude observar su rostro pálido y sus labios como pétalos
frescos, y me sentí pequeño como la arruga que se le formó en la frente al ver
un libro en una vitrina.
Y ella
seguía sin mirarme, y yo seguía sin poder imitarla.
Ella
llegó a la salida y cuando se abrieron las puertas del CC noté que se había
enfriado mi café; fue entonces cuando dirigí mi mirada hacia ella, y dos
enormes ojos verdes me miraban y sus labios frescos me sonreían, y puedo dar mi
tiempo a que era un cuarto creciente de Luna; y esta vez mi atmósfera regresó a
tomar el aire que exhalé.
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