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Me cansé de las cartas que dicen de todo, pero no
significan nada; y de las dedicatorias que se olvidan antes de terminarlas.
Aprendí que “alguien” no hace especial las rosas o las estrellas, sino que es
su naturaleza y merecen ser admiradas. Me di cuenta que las canciones
románticas y los momentos tristes tienen mucho que enseñarnos y que no hay nada
mejor que observar cómo bailan las hojas de los árboles por el viento o cómo al
irse el sol se pinta un lienzo de naranjas y azules en el cielo. Aprendí que aunque
no le llores a la luna ella aún estará ahí arriba, y que con una sonrisa en los
labios se verá brillante como siempre. No es una pérdida de tiempo encontrar
figuras en las nubes, ni contar las estrellas; ni ver cómo las luciérnagas se
prenden y apagan apareciendo en lugares diferentes; si no que nos ayudan a
entender que la felicidad, o bien la tristeza, se pueden apreciar en los
detalles que siempre nos acompañan, y que sólo tenemos que detenernos a
observar su belleza.
Aprendí que no hay que enamorarse para ser feliz, ni
sufrir para valorar las cosas (esto último me costó un poco más) si no que
podemos encontrar un poco de felicidad en todas partes, sabiendo ver que las
cosas malas pasarán. Así que decidí enamorarme de la vida, y de todo lo que veo
y me inspira amor; porque el mundo no se detiene sólo para secar tus lágrimas o
ver la curva de tu sonrisa o ese brillo en tus ojos, así que es mejor hacerse
parte de las cosas, considerarse un detalle más de la vida que pasará, y vivir.
No podría yo estar más de acuerdo con esto. Es así.
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